lunes, 26 de marzo de 2012

Calles.

Estrechos y sinuosos callejones, típicos en cualquier gran ciudad y a la vez necesarios en un asesinato cualquiera, eso es lo único que podía observar mientras corría, sombras y mas sombras que ocultaban el límite entre el final de una calle y el principio de otra, pero sobre todo, en lo que más se percataba, era en que estaba a punto de ser acorralada, por más que corriese, cada vez que giraba la cabeza veía su silueta, más y más cerca. Tal vez ese fuese un final merecido para ella, o eso es lo que habría pensado más de un misógino o algún religioso, pero ella solo había alimentado a su familia, si, trabajando de prostituta y no por gusto, pero hay veces en la vida que no queda otra.
Era alta, morena y con carácter, muy guapa por cierto, pero aun así le hacia una gran falta esa fuerza extra en las piernas para correr más rápido, una fuerza que no tenía y que en un par de calles no solo haría que  le atrapase, sino que además provocaría su muerte.
Dieciocho metros más, una calle antes de lo que esperaba fue atrapada, tal vez porque él fuese más rápido, o tal vez porque se dio de bruces contra un estrecho muro que bloqueaba el callejón, pero al fin y al cabo eso ya daba igual, solo tardo cinco segundos en morir, los mismos en los que una mano apretó un cuchillo contra su cuello. El movimiento fue suave y preciso, no era brusco como cualquier apuñalamiento, no, él era una profesional, sabia lo que hacía, y tan solo sintió nada. En un suspiro todo se evaporó, y en el callejón se hizo el silencio, salvo por la intermitente y acalorada respiración de un hombre que acaba de recorrer casi un kilómetro detrás de su presa. Así que, sin perder un solo segundo, limpió el cuchillo  en la ropa del cadáver y volvió a internarse en la oscuridad de la noche.
Ya estaba satisfecho, esa ”zorra” le había hecho perder mucho tiempo y justo, en una zona que ya no era segura, ya que tras las “partidas de caza” de los últimos meses, el jefe de policía había ocupado por patrullas nocturnas  la mayor parte de la ciudad, y esa en concreto era especial. Allí había cometido los primeros asesinatos antes de trasladarse a otros barrios, y allí había ganado su fama, pero ahora la reclamaba como suya, esos “intrusos” habían mancillado su coto de caza y únicamente para hacer el ridículo, porque era más que evidente que no lo iban a encontrar.
Ellos no eran más que seres inferiores bajo su punto de vista, y siempre lo había sabido, desde que  era pequeño  se daba cuenta de que los demás niños aprendían mil veces más despacio, e incluso hasta cuando entró en la universidad con 13 años, y se percataba de la ineptitud de sus profesores.  Eran toscos y sin lógica alguna, basaban las decisiones que tomaban en sus sentimientos, y por eso mismo no eran capaces de adivinar su pensamiento ninguno de ellos, porque él sin lugar a dudas era diferente.
En eso y en mil millones de cosas mas pensaba mientras atravesaban los últimos metros que quedaban hasta su destino, en línea recta y sin dudar, como siempre, con los andares de cualquier hombre romano de buena cuna, todo un caballero, un señor. Y un hombre, al que sin duda alguna estaban siguiendo desde hacía unos minutos, él lo sabía, lo estaba esperando, esos malditos polis, creían que podían hacer algo.
Así que,  sin más dilación se dirigió hacia una esquina situada a su derecha, y esperó hasta que los dos hombres se acercasen, la luna estaba llena y su luz permitía observa las dos débiles sombras que iban aumentado de tamaño, hasta que saltó.
Al primero y más cercano le propinó una patada en la entrepierna, haciéndose que se encogiera como un bebe en posición fetal, mientras  tanto, con su mano derecha, lanzó el cuchillo que tenía en la mano, lanzamiento perfecto, el filo del puñal atravesó la epidermis, la dermis y todo el tejido restante hasta perforar la aorta. Tan solo un segundo más tarde ya tenía otro cuchillo en la mano izquierda, con la que cortó el cuello del otro hombre aprovechando que aún se retorcía de dolor en el suelo. Él asesino suspiró inconscientemente, no le había quedado más remedio, odiaba tener que policías, solo le perjudicaba, pero era o eso o huir sin dejar rastro, estaba claro que si desaparecía en un callejón sin salida, sería más que evidente como lo había hecho, arriesgándose además a que lo vieran, y en cuanto uno de esos guardias consiguiese escapar, los asesinatos tendrían que terminar. No, definitivamente habían muchas variables que no podía controlar al huir, pero si los eliminaba, como mucho encontrarían los cadáveres cerca de la mujer y sabrían que también había sido él, nada más. Él trabajo esta terminado y había sido un éxito. Unos segundos más tarde, un callejón oscuro y una profunda oscuridad vieron como desaparecía sin dejar rastro, era hora de ir a la cama.

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