martes, 28 de junio de 2011

Triste realidad


Mi mundo, en mi mundo todo sigue su trascurso con el más tedioso de los letargos, nada cambia, todo permanece.
Los hombres matan, destruyen, queman, arroyan, pulverizan y vuelven a fingir que todo está en orden, para más tarde hacer lo mismo sin importar el coste de sus acciones, que trágicamente usa como moneda común: la muerte.
Siempre que leemos libros de historia, nos dicen: desde tiempos inmemoriables, el ser humano...
Pero eso no es así, esos tiempos no han pasado, sino que siguen más vigentes que nunca.
Porque puede que ya no seamos esos primates tan toscos e irracionales que solíamos ser, pero continuamos cometiendo las mismas atrocidades de siempre. A pesar de que hemos ido desarrollando nuestras capacidades tanto racionales como cognitivas.
Pero, en cambio, esto no ha hecho más que aumentar nuestra capacidad de matar, nuestra capacidad de destruir todo aquello que nos rodea, siempre en busca de beneficio propio y no del conjunto de seres que habitan el planeta. Porque así es el ser humano, así surgimos y así perecemos. NO debéis creer en la ingenua creencia popular de que somos semidioses, capaces de domar a la más salvaje de las fieras y de cambiar la mismísima naturaleza.
No hemos dejado de ser los primates que corrían de un lado a otro en la jungla prehistórica en aquellos tiempos olvidados del Pangea. Simplemente tenemos un poco menos de pelo y nuestro olor corporal, en la mayoría de los casos, ha mejorado.
Pero al fin y al cabo nuestros instintos siguen ahí.
Nuestro instinto de supervivencia, nuestro instinto para aprovecharnos del débil están más arraigados que nunca. Y eso es algo que debemos cambiar de una vez por todas, debemos dejar atrás de una vez y para siempre al tosco primate que una vez fuimos para poder ser al fin, el máximo exponente de la cadena evolutiva. Una especie capaz de hacer de nuestro planeta, un lugar mejor para todos.

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