domingo, 14 de agosto de 2011

Locuras por Paris

Hacía frío a esas horas de la madrugada, aunque este hecho no era inusual,  teniendo en cuenta que se encontraba en París, la capital de Francia, una ciudad enorme y bella como ninguna otra, pero que al fin y al cabo, se encontraba al noroeste del país.

Esa maldita humedad, estaba empañando sus gafas de sol (Sí, es raro que de madrugada alguien lleve gafas de sol, pero él era simplemente diferente), aquellas que en su tiempo llevaron viejas estrellas de rock o influyentes escritores, pero que con el paso de los años se habían convertido en una moda  más, pasajera y sin fundamento alguno. También llevaba un gorro viejo, muy a su estilo, y sobre todo, muy útil para esconder el  cabello que crecía debajo: liso, grueso y rizado en sus puntas,  además  de rebelde como cualquier adolescente de 17 años.
Era más o menos alto, de metro ochenta y algo, y de constitución delgada pero atlética, además de diestro de mano, como indicaba la postura en que tocaba su guitarra. Además, de su cuello pendía de un hilo, un colgante cuyo símbolo no sería gustoso recordar en esta sociedad llena de fachas, homófogos y racistas. Pero como iba diciendo...

Si, era una maldita locura, había viajado más de 1000 km solo para dárselo... El objetivo de su cámara de fotos, aquella que con mucho esfuerzo consiguió y la misma que en esos momentos, estaba incompleta porque le faltaba la parte más importante... Había pasado todo muy rápido, ella se lo había ofrecido como un símbolo, una de esas locuras que solo se hacen en la adolescencia y él lo había aceptado como una excusa, un motivo para volver a verla... Para que sus padres comprendiesen que necesitaba verla...
Pero no todo era posible en esta vida donde el color de rosas solo sirve para pintar a las barbies, había sido inútil, le habían prohibido rotundamente  verla antes de que se fuera a París...


Y bueno el resto de la historia se puede suponer en su mayoría, una caja de ahorros rota, un billete de avión, y una fuga a París de la noche a la mañana.... Acabando allí, viendo el arco del triunfo a lo lejos mientras esperaba a que amaneciera y poder sorprenderla a la salida de su casa... Ella le había dicho esa noche que no le quería ver, que le agradecía que le hubiese traído de vuelta su objetivo, pero que no podía verle, era incapaz de hacerlo... Maldito orgullo, la conocía como la palma de su mano, había compartido sus sentimientos con ella, y sabía que en realidad no quería hacerlo, sabía que ella quería besarle y desgastarlo entre sus brazos, quería abrazarlo y quemar París con él aquella misma noche. Era todo así de simple, pero a la vez realmente complicado, porque por más que esos fueran sus deseos, no podía soportar más dolor, iba en contra de ella: primero porque si él se quedaba unos días mas con ella, le iba a ser imposible dejar que se marchara otra vez para no verlo más; y segundo, porque no era justo, porque él también tenía sentimientos por muy duro que se hiciese, y sabía que por dentro luego moriría al despedirse si se quedaba unos días allí...
Y él sabía todo eso, sabía exactamente lo que ella estaba pensando, pero también sabía que se había vuelto adicto a ella, sabía que necesitaba al menos un último beso más y también sabía que lo iba a conseguir le costase lo que le costase, total, el billete solo había sido de ida... 




Eran las cuatro y media de la mañana allí en París, increíble, su tercera noche allí y solo había conseguido dormir tres horas desde que se había acostado en la cama,y precisamente, el insomnio no era lo que más le convenía en ese momento. Pero entonces se percató de algo, estaba sonando... No puede ser, le había dicho que se fuera incluso antes  de ir a cenar.
Estaba cabreada, muy cabreada, pero todo cambió, cuando miró a través del reflejo del cristal y consiguió avistar aquellas manos que una semana antes le habían agarradado para que no se marchara, vio esos labios que le habían besado como nunca antes  lo habían hecho otros, y vio también esa guitarra con la que había tocado cada uno de los acordes a su lado, aquella maldita guitarra, negra como la noche pero que a su vez tocaba la canción más cálida de todas, su canción...
Las notas que consiguieron unirlos por primera vez estaban surgiendo ahora desde la oscuridad de la noche, cerca de su ventana para que pudieran llegarle... Sonando una y otra vez, con paciencia y mimo, con toda la dulzura del mundo, poniendo el sentimiento en cada acorde.. haciendo que cada una  de las quintas fuese una historia  mas de cada una de las que habían vivido juntos. Y lo peor de todo es que le gustaba, que quería seguir escuchando cada una de esas notas, bajar abajo y tocar esa canción junto a él, besarle otra vez y parar el tiempo para que ese momento no acabase nunca...
Pero no, la vida no es así, no podía hacer eso, no podía dar un paso atrás para luego salir malherida en el intento, no podía caer una vez más: ni por muchas ganas que tuviera, ni por muy guapo que estuviese, ni por el hecho de que había recorrido mas de 1000 km solo por ella. No, caer no era una opción, y para colmo empezaba a llover...


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